Cuando escuché que el nuevo papa había elegido el nombre León XIV, lo primero que pensé fue: “Esto no es casualidad”. En la historia de la Iglesia Católica, trece papas han llevado ese nombre antes. Algunos con gran influencia, otros con escándalos y confusión. El nombre León está cargado de simbolismo, autoridad y tradición. Pero también representa siglos de una estructura religiosa que muchas veces se ha apartado de la verdad simple del Evangelio.
Este nombre no ha sido propio de pastores humildes, sino de pontífices dominantes, que usaron su cargo para fortalecer la grandeza institucional de Roma aun a costa de dividir la Iglesia, comerciar con lo sagrado, crear cismas, prohibir la lectura de la Biblia y perseguir a hermanos protestantes. A lo largo de los siglos, cada papa llamado León ha dejado marcas de poder eclesiástico y manipulación doctrinal que deberían preocupar a cualquiera que ame el Evangelio puro de Jesucristo.
Por eso, no podemos ignorar lo que podría estar detrás de esta elección. El nombre León del papa no es neutro. Podría sugerir que el nuevo pontífice aspira a retomar una posición de supremacía política, y que quizás ve a los evangélicos como un obstáculo que debe ser combatido. ¿Será este el inicio de una nueva etapa de confrontación? ¿Estamos ante un nuevo “anticristo” como dijo Lutero en su tiempo? El tiempo lo dirá, pero la historia nos llama a estar despiertos.
En este artículo, quiero examinar qué representa el nombre León del papa, quiénes fueron los papas anteriores con ese nombre, y cómo los creyentes evangélicos debemos responder con discernimiento, sin caer ni en la crítica vacía ni en la ingenuidad ecuménica. Presta mucha atención especialmente a los pontificados de León I, León III, León X, León XII y León XIII. Ellos, más que ningún otro, ilustran el patrón de poder, control y confrontación doctrinal que este nombre ha representado a lo largo de los siglos
San León I “el Magno” (440–461): el león que rugió fuerte
El primero en usar el nombre León del papa fue quizás el más influyente. Defendió con firmeza la doctrina de la doble naturaleza de Cristo, enfrentó a herejías como el monofisismo y el pelagianismo, y hasta logró detener la invasión de Atila el Huno con solo su palabra. Su carta a Flaviano fue tan influyente que se leyó en el Concilio de Calcedonia como si fuera palabra divina.
Pero aquí está el problema: ya desde este tiempo, el obispo de Roma empezó a ser considerado la voz final sobre la doctrina. Se sembró la semilla del primado papal, una idea que no tiene fundamento en la iglesia del nuevo testamento. Cristo no estableció un “vicario universal”, sino un cuerpo con múltiples dones y ministerios.
León II (682–683): un canto con silencios doctrinales
León II fue más bien litúrgico. Se preocupó por la música sacra y confirmó las decisiones del Tercer Concilio de Constantinopla, que condenó el monotelismo. Sin embargo, no fue un reformador ni un hombre de palabra profética. Su énfasis en la estética del culto dejó de lado la urgencia del arrepentimiento y la santidad de vida. El nombre León del papa, en este caso, parece ser solo una repetición de tradición, utilizada para dar continuidad institucional sin aportar renovación espiritual genuina.
San León III (795–816): el que coronó al César
León III pasó a la historia por haber coronado a Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano. Este gesto no fue meramente simbólico; fue una declaración clara de que la autoridad de los emperadores debía ser legitimada por la Iglesia, colocando así al poder religioso por encima del poder del Estado o de los reyes. Este acto fundó siglos de alianza entre el trono y el altar. La Iglesia se convirtió en poder político, con ejércitos y castillos, olvidando las palabras de Jesús: “Mi reino no es de este mundo”.
En un tiempo como el actual, donde los poderes religioso y estatal están profundamente divididos, y donde la Iglesia Católica pierde influencia social año tras año, esta coronación nos recuerda cómo en el pasado la religión institucionalizada no solo se acercó al poder, sino que lo modeló. La pregunta para hoy es si la Iglesia está dispuesta a volver al Reino espiritual o seguirá buscando relevancia terrenal a costa de su mensaje eterno.
Este papado representa uno de los momentos más oscuros del nombre León del papa. El evangelio fue reemplazado por diplomacia, y la cruz fue usada como cetro. ¿Cómo puede Cristo reinar donde los hombres usurpan su autoridad?
San León IV (847–855): construyendo murallas, no comunidad
Con León IV se levantaron muros alrededor del Vaticano: la “Ciudad Leonina”. Defendió Roma de ataques musulmanes y restauró iglesias. Pero nuevamente, el énfasis estaba en lo físico, lo institucional, lo geopolítico. El Reino de Dios no se expande con piedra ni espada. La verdadera iglesia se edifica con vidas transformadas, no con murallas.
León V (903): un papa sin historia, pero con lección
Gobernó solo unas semanas y fue depuesto por un antipapa. Su papado es olvidado por muchos, pero nos recuerda una gran verdad: no todo el que ocupa una silla es llamado por Dios. La iglesia institucional puede imponer líderes, pero solo el Espíritu Santo puede ungir verdaderos siervos. En este caso, el nombre León del papa fue solo un título vacío.
León VI (928–929) y León VII (936–939): nombres, pero sin voces
Ambos papados fueron breves, sin mayores frutos ni reformas. Fueron más símbolos de la confusión y decadencia de la iglesia medieval que pastores del pueblo de Dios. Se demuestra que el nombre León del papa no tiene un poder intrínseco; sin vida del Espíritu, todo liderazgo es inerte.
León VIII (963–965): ¿papa o antipapa?
Su elección fue impuesta por el emperador Otón I y muchos lo consideran ilegítimo. Fue un ejemplo más de cómo los poderes humanos moldeaban el papado. La Biblia enseña que Dios pone y quita líderes, pero cuando la política se mete en la iglesia, los resultados son desastrosos.
León IX (1049–1054): el cisma de los “Leones”
Intentó reformar la iglesia, pero terminó siendo protagonista del Gran Cisma entre Oriente y Occidente. En lugar de buscar unidad en la verdad, cada grupo reclamó ser el único y verdadero. Este uso del nombre León del papa terminó separando lo que Cristo quería unir. La unidad no es ecuménica, sino espiritual, y solo puede ser lograda bajo la autoridad de la Palabra.
León X (1513–1521): el papa que provocó la Reforma
León X fue el rostro del lujo, la corrupción y la venta de indulgencias. Excomulgó a Martín Lutero, pero en realidad fue Dios quien levantó al reformador para protestar contra siglos de abusos. Su elección del nombre León del papa parecía un intento de reclamar poder, pero lo que provocó fue el despertar espiritual de millones.
Para los reformadores, este papa fue la personificación de todo lo que estaba mal con el sistema eclesiástico: ambición, decadencia moral y comercialización de la fe. Lutero no dudó en llamarlo “el anticristo” en sus escritos, no tanto como una acusación personal, sino como una denuncia profética de un sistema que usurpaba la gloria de Cristo y colocaba a los hombres en un trono que solo le pertenece al Hijo de Dios.
Esta confrontación histórica nos sigue hablando hoy. Cuando la religión se convierte en negocio, y la autoridad espiritual se usa para controlar en vez de liberar, la voz profética tiene que levantarse otra vez. El nombre León del papa, en este contexto, nos recuerda que todo liderazgo sin arrepentimiento, por más pomposo que parezca, está destinado a caer bajo el juicio de la Palabra de Dios.
León XI (1605): 27 días de papado sin fruto
Su breve pontificado apenas tuvo efecto. Pero muestra algo relevante: lo efímero del liderazgo humano frente a la eternidad de la Palabra. Aunque no tuvo tiempo para implementar políticas, su elección se enmarcó en una época de fuerte oposición a la Reforma y se mantuvo en línea con una Iglesia que rechazaba frontalmente los principios protestantes de sola Scriptura y acceso directo a la Palabra. Ningún nombre papal, ni siquiera León, puede sustituir la permanencia del Evangelio.
León XII (1823–1829): el regreso al absolutismo
Fue un papa autoritario, cerró espacios de libertad y reprimió el avance bíblico. Esto se manifestó en restricciones a la circulación de las Escrituras en lenguas vernáculas, persecuciones contra movimientos que promovían el estudio personal de la Biblia, y una insistencia en que sólo el clero podía interpretar correctamente la Palabra de Dios. Bajo su autoridad, se reafirmaron decretos anteriores que prohibían la lectura privada de la Biblia sin supervisión eclesiástica, y se catalogaron como peligrosas muchas traducciones realizadas por protestantes. En varios lugares, se confiscaron y quemaron Biblias, y se castigó con severidad a quienes las distribuían o estudiaban fuera del marco controlado por Roma.
Su pontificado fortaleció el control doctrinal desde Roma e impidió que las Escrituras llegaran libremente a las manos del pueblo, provocando una brecha entre la fe verdadera y la religión institucionalizada. Promovió el control papal más que la conversión del corazón. Un claro ejemplo de cómo el nombre León del papa puede usarse para fortalecer estructuras humanas en lugar de edificar el Reino de Dios, oscureciendo el acceso directo a la verdad bíblica que libera y transforma.
León XIII (1878–1903): doctrina social sin regeneración
Es recordado por su encíclica Rerum Novarum, la base de la doctrina social católica moderna. Aunque trató temas de justicia, no abordó la raíz del problema: el pecado. Además, su pontificado se distinguió por una actitud marcadamente anti-protestante. En distintos países católicos, sus políticas influyeron en la marginación de comunidades evangélicas, limitando su libertad de culto y prohibiendo la difusión pública de las Escrituras por parte de no católicos. En contextos como Francia, España y América Latina, su influencia se tradujo en leyes y normas que afectaban directamente a los creyentes protestantes, viéndolos como una amenaza al orden confesional romano.
León XIII también reforzó la idea de que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación plena, cerrando la puerta al diálogo sincero con los movimientos evangélicos nacientes. En lugar de fomentar una búsqueda común de la verdad bíblica, consolidó barreras ideológicas que alimentaron siglos de desconfianza y persecución. El Reino de Dios no se establece solo con justicia terrenal, sino con transformación espiritual. ¿De qué sirve mejorar las condiciones externas si el corazón sigue alejado de Dios?
León XIV (2025–actualidad): ¿un nuevo anticristo?
El nuevo papa ha asumido el nombre León del papa, evocando toda esta carga histórica. Pero más allá de un gesto simbólico, su elección podría estar enviando un mensaje claro: este papado podría marcar una etapa de confrontación más directa contra el cristianismo bíblico. ¿Estamos frente a un líder que buscará reinterpretar lo que dice la Biblia, suavizar su mensaje sobre el pecado, y promover una versión del Evangelio adaptada al poder político y cultural de este siglo?
Al observar el patrón de los papas anteriores que llevaron este nombre, especialmente los más autoritarios y anti-protestantes, surge una inquietud legítima: ¿veremos a este nuevo pontífice actuar como un político global, aliado con estructuras de poder secular, para marginar o perseguir a quienes predican el Evangelio sin compromisos? ¿Podría este nuevo León convertirse en un rostro moderno de aquel sistema religioso que Martín Lutero denunció como el “anticristo”? Es demasiado pronto para afirmarlo, pero no para estar vigilantes y discernir los tiempos.
Conclusión: ¿Qué significa realmente el nombre León del papa?
En toda esta historia, vemos un patrón: el nombre León representa poder, autoridad, institucionalidad. Pero Cristo no vino como un león político, sino como el Cordero que quita el pecado del mundo. El verdadero León de la tribu de Judá es Jesús, no ningún papa.
Como cristianos evangélicos, debemos mirar estos eventos con discernimiento. No se trata de odio ni desprecio, sino de fidelidad a la verdad. El nombre León del papa no debe intimidarnos, ni deslumbrarnos. Solo hay un nombre que es sobre todo nombre: Jesucristo. Y aunque el diablo ande como león rugiente, buscando a quien devorar, debemos recordar que ya ha sido vencido por el verdadero León: el León de la tribu de Judá. Él ha triunfado, y su Reino no tiene fin.
Comparte este artículo si crees que la historia no se repite por accidente, y que el nombre que hoy lleva el nuevo papa puede marcar el inicio de una nueva confrontación espiritual. No nos dejemos deslumbrar por apariencias de paz o unidad que contradicen la verdad bíblica. Que esta generación de creyentes vuelva al Evangelio puro, al único nombre digno de exaltación: Jesucristo, el verdadero León de la tribu de Judá.
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