La Biblia con Hector Angel

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La doctrina reformada no es sana doctrina: un análisis bíblico, histórico y pastoral

Introducción

En algunos círculos evangélicos contemporáneos se ha asumido que la llamada “doctrina reformada” es sinónimo de sana doctrina. Sin embargo, al examinar sus raíces históricas, filosóficas y teológicas, descubrimos que la doctrina reformada no es sana doctrina en el sentido bíblico. Su fundamento no descansa exclusivamente en las Escrituras, sino en categorías filosóficas heredadas del estoicismo, el neoplatonismo y el maniqueísmo que marcaron la teología de Agustín de Hipona. Desde allí pasó a Lutero y a Calvino, moldeando gran parte del protestantismo occidental.

Este artículo busca advertir, desde una perspectiva bíblica y wesleyano-pentecostal, los errores y puntos ciegos del sistema reformado, no con un espíritu de ataque, sino como una exhortación pastoral a permanecer en la verdad de la Palabra de Dios.

La doctrina reformada no es sana doctrina porque surge del determinismo pagano

Ken Wilson, en su obra El fundamento del calvinismo agustiniano, demuestra cómo Agustín no llegó a la predestinación absoluta por una lectura honesta de la Biblia, sino por la influencia de corrientes filosóficas paganas. Wilson explica:

“Agustín pasó diez años de su juventud en la secta maniquea. Antes del año 412 d.C., había enseñado la postura tradicional cristiana de la soberanía general con libertad de escoger, pero a partir de ese año volvió al determinismo estoico-neoplatónico-gnóstico-maniqueo” (Wilson, p. 20).

Es decir, la idea de que Dios determina absolutamente todas las cosas no proviene del Nuevo Testamento, sino de filosofías ajenas al evangelio. La doctrina reformada no es sana doctrina porque su raíz es extraña al pensamiento apostólico. Mientras que Jesús llama a todos al arrepentimiento (Marcos 1:15) y Pablo afirma que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:4), el calvinismo limita la salvación a unos pocos predestinados.

Esta perspectiva determinista desfigura la revelación de un Dios que actúa en la historia para redimir a la humanidad entera. En la Biblia, Dios no es un tirano que mueve piezas en un tablero cósmico, sino un Padre que busca, llama, convence y espera con paciencia el retorno del hijo pródigo. Las enseñanzas de Jesús, desde las parábolas del Reino hasta su entrega en la cruz, muestran un amor que se ofrece libremente y que puede ser aceptado o rechazado. Esto evidencia que la gracia divina es activa, universal y personal, nunca impuesta ni exclusiva.

Además, reducir la soberanía de Dios a un control absoluto elimina el misterio de su amor y su deseo de comunión. El Dios de las Escrituras gobierna no por imposición sino por invitación. Su poder se manifiesta en la libertad que concede al ser humano para amarle, obedecerle y corresponderle. Por eso, cuando el calvinismo afirma que nada escapa al decreto eterno —ni siquiera la condenación—, contradice la esencia del evangelio: un Dios que se encarna, llora por Jerusalén (Lucas 19:41) y entrega a su Hijo para salvar al mundo entero (Juan 3:17).

La doctrina reformada no es sana doctrina porque distorsiona la imagen de Dios

Alexander Ortega, en su libro El origen oculto del calvinismo, expone cómo la visión calvinista cambia radicalmente la imagen del Dios revelado en Cristo:

“El Dios del calvinismo se presenta como un Dios parcial, que ama y salva solo a algunos y pasa por alto al resto. Esto es contrario a la revelación bíblica que declara: ‘Dios es amor’ (1 Juan 4:8) y ‘no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento’ (2 Pedro 3:9)” (Ortega, pp. 230-231).

La doctrina reformada no es sana doctrina porque pone en duda el carácter justo y amoroso de Dios. Si Dios ha decretado desde la eternidad quiénes se salvan y quiénes se condenan, entonces la predicación del evangelio deja de ser una invitación real para convertirse en una notificación fatalista.

Esta visión restringida del amor divino crea una contradicción entre la proclamación de la gracia y la justicia revelada en la cruz. Un evangelio que excluye a la mayoría de la humanidad no puede reflejar la esencia del Dios que, en Cristo, reconcilió consigo al mundo (2 Corintios 5:19). El amor de Dios no es selectivo ni calculado; es abundante, activo y universal. Por eso el mensaje del evangelio es una invitación abierta que exige una respuesta libre del ser humano, no una afirmación del destino irrevocable de unos pocos.

Además, un Dios que predestina sin posibilidad de arrepentimiento destruye la noción bíblica de justicia. En la Escritura, Dios es justo precisamente porque juzga con equidad y misericordia. Su amor no se contradice con su justicia, sino que se expresa en ella. Cuando el calvinismo presenta a un Dios que crea a algunos para condenarlos, contradice la revelación del Padre que envía a su Hijo para salvar y no para perder (Juan 3:17).

La doctrina reformada no es sana doctrina porque anula la responsabilidad humana

Mildred Bangs Wynkoop, en Bases teológicas de Arminio y Wesley, recuerda que para Wesley la libertad humana, asistida por la gracia preveniente, es esencial para la vida cristiana:

“Wesley no rompió con el calvinismo por enemistad personal, sino porque discernió que la doctrina de la predestinación absoluta destruía la verdad bíblica de la responsabilidad humana. Fue enérgico en su oposición, pero jamás amargo en su espíritu” (Wynkoop, p. 33).

La doctrina reformada no es sana doctrina porque priva al hombre de responder a Dios. Si todo está decretado, la exhortación bíblica a creer, arrepentirse, perseverar y obedecer pierde sentido. Wesley insistía en que la salvación es tanto don divino como responsabilidad humana (Filipenses 2:12-13).

Cuando el hombre pierde la conciencia de su responsabilidad espiritual, la fe se vuelve pasiva y la vida cristiana se deforma. Wesley enseñaba que la gracia de Dios habilita al ser humano para responder, pero nunca lo obliga. Esta cooperación es el centro del discipulado cristiano: la salvación no se limita a un evento puntual, sino que es una caminata diaria de obediencia y crecimiento. El creyente, sostenido por la gracia preveniente, participa activamente en su proceso de santificación.

Además, el llamado de Dios siempre implica una respuesta. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Escritura muestra a un Dios que invita, exhorta y corrige, apelando a la voluntad humana. Ignorar esa dimensión convierte la gracia en imposición y el amor en decreto. Wesley comprendió que el propósito de Dios es formar hijos obedientes, no autómatas religiosos. La verdadera fe, por tanto, no se impone: se elige con humildad y se vive con perseverancia.

La doctrina reformada no es sana doctrina porque produce efectos pastorales dañinos

El error no es solo teórico; tiene consecuencias prácticas. Ortega advierte:

El calvinismo produce dos consecuencias pastorales: en algunos, orgullo espiritual por sentirse elegidos; en otros, desesperanza al pensar que tal vez no estén predestinados” (Ortega, p. 234).

Ambas actitudes son contrarias al evangelio. El orgullo contradice la humildad de Cristo, y la desesperanza destruye la fe viva en las promesas de Dios. En cambio, la perspectiva bíblica proclama que todo aquel que invoca el nombre del Señor será salvo (Romanos 10:13).

Estas distorsiones también afectan la vida comunitaria. En una congregación influenciada por el determinismo reformado, la misión pierde su urgencia, pues si los destinos ya están sellados, el evangelismo deja de ser una pasión y se convierte en un formalismo. La iglesia corre el riesgo de volverse elitista, considerando su pertenencia como señal de elección, en lugar de un llamado a servir al mundo con amor y humildad. Esta mentalidad reduce la compasión hacia el perdido y debilita el compromiso misionero.

Por el contrario, cuando la comunidad cristiana comprende que la salvación está abierta para todos, su testimonio se llena de esperanza y propósito. El creyente predica movido por la certeza de que cada alma puede responder al llamado del Espíritu Santo. El amor sustituye al orgullo, y la fe activa reemplaza a la desesperanza. Así, la iglesia se convierte en un instrumento del amor universal de Dios, proclamando que en Cristo hay redención para todos los que creen.

La doctrina reformada no es sana doctrina frente al testimonio apostólico

Las Escrituras presentan un evangelio universal y abierto:

  • “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
  • “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
  • “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

Frente a la universalidad del evangelio, el exclusivismo calvinista se revela como una doctrina que no armoniza con la enseñanza apostólica.

El mensaje apostólico fue siempre expansivo, proclamando que la salvación no conocía fronteras étnicas, sociales ni culturales. Pedro, al ver al Espíritu Santo descender sobre los gentiles, comprendió que Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34-35). Pablo, por su parte, dedicó su vida a anunciar a Cristo donde aún no se le conocía, impulsado por la certeza de que el amor de Dios abarca a toda la humanidad. El evangelio no fue diseñado para unos pocos privilegiados, sino como una buena noticia que transforma a todos los que creen.

El exclusivismo reformado, en cambio, encierra la fe dentro de los límites de un círculo selecto. Este enfoque contradice el espíritu misionero del Nuevo Testamento, que presenta una gracia que rompe barreras y un Reino que se extiende a todos los pueblos. La verdadera sana doctrina, reflejada en las palabras y acciones de los apóstoles, llama a la iglesia a salir, predicar y abrazar al perdido, no a debatir sobre quién merece la salvación. La universalidad del evangelio es, por tanto, la prueba de que el corazón de Dios sigue latiendo por cada alma.

Conclusión

La doctrina reformada no es sana doctrina. No lo es porque su raíz está en el determinismo pagano de Agustín, no en el evangelio de Cristo (Wilson). No lo es porque distorsiona el carácter amoroso y justo de Dios (Ortega). No lo es porque anula la responsabilidad humana y la cooperación con la gracia divina (Wynkoop). Y no lo es porque produce consecuencias espirituales y pastorales dañinas en la vida de la iglesia.

Su problema de fondo es que sustituye la revelación de un Dios relacional por un sistema lógico que intenta explicar lo inexplicable. En lugar de adorar al Dios vivo que se revela en la historia, el calvinismo se centra en defender una estructura racional que acomoda a Dios dentro de un esquema cerrado. Pero el evangelio no se trata de comprender completamente a Dios, sino de confiar en Él, de rendirse a su amor y participar de su gracia. La verdadera doctrina no es la que responde a todos los misterios, sino la que invita a vivir en la fe, la esperanza y el amor.

Además, la sana doctrina no produce orgullo teológico, sino humildad y compasión. El conocimiento que no se traduce en servicio carece de valor espiritual. El cristiano que vive bajo la gracia sabe que ha sido llamado a reflejar el carácter de Cristo, no a demostrar superioridad doctrinal. La verdad del evangelio nos lleva a doblar las rodillas, no a levantar muros. Por eso, una teología que divide o excluye no puede considerarse sana, porque la verdadera doctrina siempre edifica, restaura y reconcilia.

Como creyentes wesleyano-pentecostales, afirmamos que la sana doctrina es aquella que proclama a Cristo muerto por todos, la gracia de Dios ofrecida a todos y el llamado universal a la fe y a la santidad. Esta es la doctrina que produce esperanza, libertad y transformación real en el pueblo de Dios.

Una fe que confía en el poder transformador del Espíritu Santo conduce a una vida de obediencia y servicio. Cuando la gracia es comprendida como don universal, el creyente no se conforma con recibirla, sino que se convierte en canal de bendición para otros. Esta visión impulsa a la iglesia a ser una comunidad de misericordia y restauración, donde cada persona, sin importar su pasado, puede experimentar el nuevo nacimiento y avanzar hacia la santificación.

Asimismo, la verdadera sana doctrina despierta en el creyente una pasión por la justicia, la santidad y el amor activo. No se trata solo de sostener verdades teológicas, sino de reflejar el carácter de Cristo en todas las áreas de la vida. Cuando la doctrina se vive con humildad y poder espiritual, se convierte en testimonio vivo del Reino de Dios en la tierra, extendiendo la esperanza de salvación a cada rincón del mundo.

Bibliografía

  • Ken Wilson, El fundamento del calvinismo agustiniano (Madrid: Publicaciones Teológicas, 2020).
  • Alexander Ortega, El origen oculto del calvinismo (México: Editorial Reformadores, 2019).
  • Mildred Bangs Wynkoop, Bases teológicas de Arminio y Wesley (Kansas City: Beacon Hill Press, 1972).

 

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