El Espíritu Santo es una persona divina. La evidencia bíblica y teológica respalda firmemente la comprensión de que el Espíritu Santo es una persona divina, no una fuerza impersonal. Esta verdad es fundamental para la fe cristiana, ya que destaca la intimidad y la relación personal que los creyentes pueden tener con Dios a través del Espíritu Santo. Entender al Espíritu Santo como una persona divina nos permite apreciar su obra en nuestras vidas, su papel en la Trinidad y su constante presencia como Consolador y Guía.